Son pocas pero están. Y son pocas pero frecuentes. No encajan con la buena energía que siento durante el día, con las ganas de hacer cosas, de buscar la mayor cantidad posible de momentos de felicidad por mínimos que sean.
Son noches que podrían ser oscuras. Son noches que podría llenar con radiohead, porro o cerveza, mails y llamados incorrectos, búsquedas de besos y abrazados fallidos.
Son noches que podrían terminar como tiempo atrás: con mis muñecas sangrando el dolor de mi alma y la pesadez de mi mente.
A veces intento llenar ese vacío y esa soledad, que me visitan de repente, con arte o con algo que me gustaría que sea arte. Escribo o pinto según mis ganas. Porque en esas noches no quiero mirar series, ni películas, ni televisión. Intento con la música, a veces funciona y a veces se queda corta.
La luna y yo, solas. No nos vemos pero estamos. Y digo, es soledad. Una soledad de todo. Que no me da ganas de nada, solo de hacerla pasar rápido para que con el sol me encuentro de nuevo conmigo misma o con quien pretendo ser.
Entonces, sin paciencia, me tomo un poquito más de rivotril y mezclado con el largo día de trabajo me duermo.
No sé qué es lo correcto. Sé que no quiero más errores en mi vida de este tipo porque sé que fallas voy a tener millones pero de estas no quiero más.
La soledad y el vacío si son verdaderos, si son profundos, están siempre. En este caso creo que se trata solamente de algo de mi que me visita para que no me olvide de donde vengo y que me recuerda también que no es malo estar acompañado por amigos, familia, macho o quien sea. Basta de huir de la gente que me quiere. Basta de huir. Basta de miedo y basta de creer que no tengo miedo.
Hace 3 semanas
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