sábado, 4 de septiembre de 2010

El primer día me siento triste porque el final no se dio como debería, también estoy llena de bronca.
El segundo sigue la bronca.
El tercero me ablando y le mando un mail explicándole por qué no quiero verlo más.
El cuarto y el quinto día me la paso buscando que responda algo, que reaccione, que diga.
Desde el sexto hasta el número trece me quedo calmada y no hago nada. Entiendo. O no pero lo acepto.
Y llega el viernes a la noche y recaigo. Tuve segundos para tomar la decisión de no hacerlo, segundos en los que supe que no era una buena idea pero no me importó y puse enviar. No obtuve respuesta, otra vez. Me sentí un adicto volviendo a consumir esa droga que le hace tan mal.
The Man es un disparador y el problema es la bala. La bala es cuánto yo me desvalorizo constantemente y busco gente que me ayude a hacerlo. Pero voy al disparador, a ver si esta vez la bala va para el lado contrario. Pero no y lo sabía.
Esos segundos previos a mandarte una cagada, a volver a consumir son los que al día siguiente te harían sentir mejor, te harían recuperar un poco de amor propio.
Pero no te escuchaste, no te importó. Y ahora pagás lo que es sentirte una gran boluda y todo vuelve a empezar. Como si hubieras aprendido poco o nada, como si todavía no pudieras poner en práctica lo que se supone has aprendido.

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